jueves, 22 de mayo de 2008

Esa mañana...


La luz del nuevo día dio fin a mi letargo. Eran casi las seis de la mañana. Mi familia, aún durmiendo, era parte de la mezcla de sonidos de una mañana solitaria cualquiera. Tirado en la cama intenté recordar la esencia de lo que había soñado, pero fue inútil…

Al levantarme de la cama, miré de reojo el poster de Marley que engalana la suciedad de mis paredes y comencé a cambiarme de ropa, aún somnoliento. Con el rostro lleno de sudor, caminé hacia el baño, y cada paso que daba era un afiebrado intento de recordar, pero el techo parecía decirme que era imposible, la luz se hacía cada vez más fuerte y con ella la sensación de que no volvería a verla.

Pasadas las seis y media de la mañana salí desesperado sin siquiera desayunar. Subí a la primera combi que divisé y, encorvado y molestísimo, fui en busca de un asiento disponible, el único en ese destartalado carro, que estaba al fondo a la izquierda. Me senté y miré por la ventana (siempre que hago eso siento nostalgia, no sé porque exactamente, pero lo siento).

La gente bajaba y subía de la combi, pero eso a mi, poco me importaba. Mi cuerpo estaba en el móvil, pero mi mente en otro lugar, quizás con ella en un mundo surrealista creado por enloquecidas mentes o en un campo de almas, donde las nuestras se mezclaban con el frio del lugar.

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