viernes, 16 de mayo de 2008

Reflexión


Sino me apruebo a mi mismo, ¿quién me va a aprobar?.

Sino me intereso en lo que hago, ¿a quién le va a interesar?.

Si no me inspira respeto mis acciones, ¿a quién han de inspirarle?.

Si no me dispongo a perdonar las faltas ajenas, ¿Con qué derecho he de esperar que otros perdonen las mías?.

Si no confió en mis propias decisiones, ¿quién habrá de confiar en ellas?.

Si no tengo fe, ni sueños, ni esfuerzo, ¿por qué acusar al mundo de ser árido, frio y perverso?.

Si consiento que la envidia, el rencor y el mal dominen mi mente, ¿por qué no habré de sufrir?.

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