Al levantarme de la cama, miré de reojo el poster de Marley que engalana la suciedad de mis paredes y comencé a cambiarme de ropa, aún somnoliento. Con el rostro lleno de sudor, caminé hacia el baño, y cada paso que daba era un afiebrado intento de recordar, pero el techo parecía decirme que era imposible, la luz se hacía cada vez más fuerte y con ella la sensación de que no volvería a verla.
Pasadas las seis y media de la mañana salí desesperado sin siquiera desayunar. Subí a la primera combi que divisé y, encorvado y molestísimo, fui en busca de un asiento disponible, el único en ese destartalado carro, que estaba al fondo a la izquierda. Me senté y miré por la ventana (siempre que hago eso siento nostalgia, no sé porque exactamente, pero lo siento).
La gente bajaba y subía de la combi, pero eso a mi, poco me importaba. Mi cuerpo estaba en el móvil, pero mi mente en otro lugar, quizás con ella en un mundo surrealista creado por enloquecidas mentes o en un campo de almas, donde las nuestras se mezclaban con el frio del lugar.
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